Al comenzar esta nueva etapa como diputado, siento la necesidad de compartir con ustedes mis experiencias y reflexiones. Este espacio nace con la intención de establecer un diálogo abierto sobre temas legislativos y de interés nacional, un foro donde podré expresar mi punto de vista y debatir con ustedes, los lectores y mis representados. Esta columna representará mi visión sobre cómo podemos construir juntos un mejor país, será una ventana para mostrar cómo llevaré esa visión al Congreso, y llevará por nombre POV (punto de vista) con el objetivo de contribuir a través de mi visión al desarrollo de una nación más justa y equitativa.
En ese sentido, me gustaría iniciar con el tema del rol legislativo, una de las labores más confundidas en nuestro país, quizás por cómo se ejerce, pero con mucho que ver con la estructura de los procesos electorales personalistas y de dádivas. En la reciente campaña electoral, tuve la oportunidad de conocer de cerca la calidez y la pasión de la gente de nuestra provincia, así como las dificultades que enfrentan día a día. Es evidente la necesidad que tienen de contar con quienes tenemos el privilegio de poder ayudarlos. Sin embargo, uno de los aspectos más reveladores que pude observar es la confusión generalizada sobre el rol del legislador. Esta distorsión, profundamente arraigada en la percepción ciudadana y en las carencias institucionales del país, es algo que he experimentado de primera mano, tanto como exconcejal en el período 2016-2020, como en mi reciente elección como diputado.
El camino desde candidato hasta la victoria electoral me ha mostrado las debilidades estructurales de nuestras instituciones, lo que lleva a la ciudadanía a ver en los legisladores a gestores sociales encargados de resolver cualquier problema. Este fenómeno no solo desvía la energía y el tiempo de los legisladores, sino que también dificulta que podamos enfocarnos en nuestra verdadera función: legislar. Durante la campaña, tanto mi esposa como yo, al igual que muchos colegas, nos dedicamos a presentar propuestas legislativas y compromisos de representación. Sin embargo, la mayoría de las solicitudes que recibíamos estaban relacionadas con áreas ajenas a nuestras competencias, como la construcción de viviendas, infraestructuras, internamientos médicos, becas, entre otros. Aunque estas peticiones son legítimas y necesarias, no podían ser resueltas directamente por nosotros, lo que a menudo generaba una profunda sensación de impotencia.
De todas las solicitudes recibidas durante la campaña, solo dos realmente correspondían a mi ámbito de acción como futuro diputado. La primera fue de un pastor que me presentó un proyecto de ley para que lo introdujera en el Congreso, mostrando un claro entendimiento del rol legislativo. La segunda fue de una señora que, tras escuchar mis propuestas, me pidió considerar políticas para personas de entre 35 y 50 años, un segmento que percibía como desatendido.
Este fenómeno no es solo el resultado del desconocimiento, sino también de una necesidad urgente de acceso a políticas públicas efectivas y a funcionarios con verdadera vocación de servicio. Ante la falta de respuesta institucional, la población recurre a los legisladores en busca de soluciones rápidas, sin burocracia. Es imperativo educar a la ciudadanía sobre el verdadero rol del legislador y mejorar la eficiencia de los servicios públicos. Solo así podremos enfocarnos exclusivamente en legislar y ser valorados por el trabajo que nos corresponde. Como parte de mi labor legislativa, una de mis prioridades será descender a las escuelas y colegios para concientizar a los jóvenes sobre nuestra labor, pues siempre he creído que los principales problemas del país deben socializarse con quienes representan el futuro. ¿Acaso no son ellos los dueños del país que estamos construyendo?
Por: Jheyson García
